miércoles, 16 de septiembre de 2009

de la Historia de la Estupidez Humana (2):

Figura: Paul Tabori.

El prejuicio constituye ciertamente una de las formas más notables de la estupidez. Ranyard West, en su Psychology and World Order, resume perfectamente las características de este fenómeno:
“El prejuicio es universal. Su fundamento es la humana necesidad de respeto. Son muchos los medios por los cuales la mente humana puede esquivar los hechos; no existen, en cambio, recursos que permitan anular el deseo de aprobación. Los hombres y las mujeres necesitan tener elevada opinión de sí mismos. Y con el fin de alcanzar este objetivo, es preciso que nos disimulemos de mil modos distintos la realidad de los hechos. Negamos, olvidamos y justificamos nuestras propias faltas y exageramos las faltas ajenas”.
Pero esto es sólo el fundamento del prejuicio. Si, por ejemplo, creemos que todos los franceses son libertinos, todos los negros negados mentales, y todos los judíos usureros, sólo de un modo vago e indefinido podemos atribuir estas posturas al “deseo de autorrespeto”. Después de todo, es posible tener elevada opinión de nosotros mismos sin rebajar al prójimo.
El prejuicio racial, quizás la forma más común de este matiz de la estupidez, es más ó menos universal. Así lo afirma G.M.Stratton en su Social Psychology of Internacional Conduct (1929) y agrega que “es característico de la naturaleza humana este tipo particular de prejuicio”. Subraya, además, otros dos importantes aspectos:
“A pesar de su universalidad, rara vez ó nunca es innato el prejuicio racial. No nace con el individuo. Los niños blancos, por ejemplo, no demuestran prejuicios contra los de color, ó contra las niñeras negras, hasta que los adultos se encargan de influirlos en este sentido”. (Concepto expresado con más concisión y belleza por Oscar Hammerstein en la famosa canción de South Pacific: “Es necesario que te enseñen a odiar…”).
Finalmente, dice G.M.Stratton: “Este universal y adquirido prejuicio “racial”, en realidad nada tiene de racial. Puede observarse que no guarda relación con las caracteísticas raciales; ni siquiera con las diferencias que existen entre diversos núcleos humanos, sino pura y exclusivamente con el sentimiento de una amenaza colectiva…El llamado prejuicio “racial” es en realidad una mera reacción biológica del grupo a una pérdida experimentada ó inminente, una reacción que no es innata, sino fruto de la tradición, renovada por las vivencias de nuevos perjuicios sufridos”.
Por lo menos superficialmente esta explicación parece bastante razonable, y armoniza con la teoría del Dr. Feldmann, según la cual toda forma de estupidez es expresión de temor.
Pero quizás la cosa no sea tan sencilla. Pues si el prejuicio racial (expresión principal de esta forma particular de imbecilidad) es simplemente asunto de “amenaza colectiva”, ¿cómo se explica que lo padezcan personas que ni remotamente sufren la amenaza de negros, chinos ó judíos? En cambio, la regla tiene gran número de excepciones allí donde la amenaza efectivamente existe…ó por lo menos parece existir. A pesar de las opiniones del eminente Sr. Stratton, creo que la actitud de los que alientan prejuicios raciales ó de cualquier otra naturaleza presupone una condición mental a la que debemos denominar estupidez, aunque solo sea por falta de palabra más apropiada. No es innata – en esto podemos coincidir con el autor de Social Psychology of Internacional Conduct – y no es natural . Pero aunque ningún individuo se halle completamente liberado de prejuicios, el efecto de sus prejuicios sobre sus actos lo convierte en un estúpido reaccionario ó hace de él un ser humano equilibrado. En otras palabras, el hombre discreto ó inteligente podrá sublimar ó superar sus prejuicios; el estúpido será inevitablemente presa de ellos.
En términos generales, el prejuicio es ente pasivo. Quizás odiemos a todos los galeses, pero ello no significa que saldremos a la calle y acometeremos a puñetazos al primero de ellos que encontremos…aunque estuvierámos seguros de hacerlo con impunidad. En cambio, la intolerancia es casi siempre activa. El prejuicio es un motivo; la intolerancia es una fuerza propulsora. No fue prejuicio lo que impulsó a las diversas iglesias cristianas a exterminarse mutuamente los fieles; fue la intolerancia. Aquí, naturalmente, la historia es depositaria de una ancha veta de estupidez. El hombre de prejuicios podrá negarse a vivir entre irlandeses ó japoneses; el intolerante negará que los irlandeses ó japoneses tengan siquiera derecho a vivir. A menudo, ambas formas de estupidez coexisten, ó una de ellas determina el desarrollo de la otra. El hombre de prejuicios quizás se rehúse a enviar sus niños a escuelas abiertas a alumnos de cualquier raza; el intolerante hará cuanto esté a su alcance para suprimirlas.
La ignorancia, ¿es otra forma de estupidez?. Desde cierto punto de vista, sí… del mismo modo que la fiebre es parte de la enfermedad, sin ser la enfermedad misma. Ya hemos demostrado que el ignorante no es necesariamente estúpido, ni el estúpido es siempre ignorante. Pero ambas condiciones no pueden ser separadas absolutamente. A igualdad de posibilidades de educación, no es difícil determinar la línea que separa la estupidez de la ignorancia. El niño ó adulto estúpidos aprenden dificultosamente conceptos útiles, aunque aprendan de corrido versos en latín ó las fechas de las batallas. Por consiguiente, la estupidez alimenta y presupone la ignorancia; la condición aguda se convierte en crónica.
Estas tres formas ó manifestaciones de la estupidez no son sino las más universales ó comunes. La fatuidad ó locura, la inconsecuencia y el fanatismo podrían ser objeto de diagnóstico y descripción separados, como los ingredientes tóxicos de un veneno complejo.

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